sábado, 23 de abril de 2011

TEXTO GUERRA CIVIL

Circular preparatoria del alzamiento

Tan pronto tenga éxito el movimiento nacional, se constituirá un Directorio, que lo integrará un presidente y cuatro vocales militares ( ... ) El Directorio ejercerá el poder en toda su amplitud; tendrá la iniciativa de los Decretos-Leyes que se dicten ( .. ) Dichos Decretos-Leyes serán refrendados en su día por el Parlamento Constituyente elegido por sufragio, en la forma que oportunamente se determine ( ... ).
Los primeros Decretos-Leyes serán los siguientes: a) Suspensión de la Constitución de 1931. b) Cese del Presidente de la República y miembros del gobierno (. .. ) d) Defensa de la Dictadura Republicana ( .. ) f) Disolución de las actuales Cortes ( ... ).
El Directorio se comprometerá durante su gestión a no cambiar el régimen republicano, mantener en todo las reivindicaciones obreras legalmente logradas ( ... ) y adoptar cuantas medidas estimen necesarias para crear un Estado fuerte y disciplinado.

General Mola. Documento de circulación clandestina. (Archivo Histórico Militar).

1. Realizar el comentario de texto atendiendo a las siguientes cuestiones:
a. Tipo de texto, circunstancias concretas en que fue escrito, destino y propósito de quién lo escribió.
2. Indicar y explicar las ideas aparecidas en el texto resumiendo el contenido.
3. Responder a las siguientes cuestiones:
a. Explicar los rasgos definitorios de la situación política que conducen a los motivos y estado de opinión a la que obedece el texto.
b. Exponer el desarrollo de la crisis final de la IIª Republica y el desarrollo inicial de la Guerra Civil.

miércoles, 20 de abril de 2011

EL FRANQUISMO

TEMA XV: ESPAÑA DURANTE EL FRANQUISMO
1. La creación del Estado franquista: fundamentos ideológicos y apoyos sociales.

Los enfrentamientos habían acabado porque el ejército republicano había sido "cautivo y desarmado". Pero la paz no llegó. Fueron años tristes, sobre todo para los vencidos.
Aunque, en general, toda la población, excepto los que pasaron a ser la clase dirigente del nuevo régimen, sufrirán, en un país destrozado por la guerra y aislado económicamente, hambre, miseria y miedo.
El nuevo régimen se definía por la concentración de todos los poderes políticos en la figura del Jefe del Estado, Franco, que concentra el poder ejecutivo y el legislativo.
Incluso parte del poder judicial dependía de él, a través de los tribunales militares, por la depuración de la judicatura, convirtiendo el judicial en un instrumento del ejecutivo.
Todos los organismos creados durante la guerra (Junta de Defensa Nacional, Consejo de Ministros...) eran órganos meramente consultivos.
El dictador era, además, generalísimo de los tres ejércitos, jefe del partido único (FET y de las JONS)... en resumen, el "Caudillo" era jefe del gobierno, del Estado, generalísimo y por si no fuera suficiente "responsable ante Dios y ante la Historia".
La constitución de 1931 fue suprimida, así como los partidos y sindicatos. Sólo se reconocía el partido único y por la ley del 26 de enero de 1940 se obligaba a la unidad sindical en los sindicatos verticales oficiales: la Central Nacional Sindicalista (CNS).
Para crear una cierta estructura institucional, el dictador aprobó una serie de leyes fundamentales:
- Fuero del Trabajo 1938 (declarado ley fundamental el 1947).
- Fuero de los españoles 1945.
- Ley del Referendum nacional 1945.
- Ley de sucesión en la jefatura del Estado 1947.
Se trataba de garantizar la continuidad del sistema en un momento de aislamiento internacional, sin aportar ninguna reforma substancial (1945 final de la II Guerra Mundial).
En resumen: el nuevo sistema quedó articulado como una mezcla de fascismo (caudillo, partido único y sindicato único) y de conservadurismo tradicional (defensa de los intereses de la oligarquía agraria, del ejército y de la Iglesia).
En la primera época, el régimen efectuó un rígido control social a través de la Falange.
Así, junto con los grandes poderes tradicionales, la España franquista asistió al ascenso de una serie de personas que por su adhesión al régimen gozaron de privilegios en tiempos de escasez y de hambre. La Falange tuvo, en sus mejores momentos, alrededor de 600.000 afiliados y dotó al régimen de una parafernalia (himnos, uniformes, desfiles) y de una cierta política social a través de instituciones como el Frente de Juventudes, la Sección Femenina o el Auxilio Social. Los jerarcas de estos organismos, antiguos monárquicos, militares, más los que habían hecho carrera durante la guerra o se unían al
movimiento como forma de ascenso social, formaban la masa social que daba apoyo al sistema en los grandes actos públicos.

2. Evolución del régimen:

a) Evolución y coyuntura exterior: 1939-1959
El estallido de la segunda guerra mundial marcó durante 10 años la política
internacional española y en cierta manera el desarrollo del régimen.
a/ 1939-1942. Franco decide una política de neutralidad, a pesar de que durante la guerra civil Alemania e Italia le habían ayudado y se habían creado relaciones morales.
En los signos externos, en la formación de gobiernos con predominio de falangistas y militares, la presencia de Serrano Suñer (partidario del apoyo a Alemania e Italia) como ministro de Asuntos Exteriores, se encuentran las señales del apoyo no formal, pero sí evidente al bloque fascista. En junio de 1940 se pasa de la neutralidad a la "no beligerancia" y en octubre se produce la entrevista de Hendaya, que equivalía a un alineamiento moral con el Eje. El momento de máxima colaboración se produjo en junio de 1941, con la formación de la División Azul, "voluntarios" para colaborar en el combate contra el "comunismo".

b/ A partir de 1942, con la pérdida progresiva de posiciones por parte de Alemania provocó una rectificación. Serrano Suñer fue apartado del ministerio de Asuntos Exteriores y sustituido por el conde de Jordana (anglófilo). El gobierno fue reestructurado para iniciar una aproximación a los aliados, a los que se garantizó la neutralidad mientras se retiraba la División Azul del frente ruso.

c/ La victoria aliada en 1945 provocó una sensación de peligro y de inestabilidad del régimen, que no era bien visto por los vencedores. El Caudillo, sin renunciar a lo esencial, impuso cambios en los signos externos: suprimió la obligatoriedad del saludo a la romana, disolvió la organización paramilitar de la Falange, promulgó el Fuero de los Españoles y cambió de gobierno con más presencia de católicos y la eliminación de los más comprometidos con el fascismo.
Todos estos esfuerzos no evitaron el clima de rechazo hacia el régimen fascista español.
La ONU rechazó por aclamación la entrada de España y una resolución de la misma ONU del 13 de diciembre de 1946 pedía la retirada de embajadores de España.
Aunque el gobierno contestó con desprecio hacia Europa (manifestación en la Plaza de Oriente), la verdad es que el boicot político y económico de casi todos los países del mundo agravó la difícil coyuntura española y condenó al país a la autarquía, reforzando el aislamiento de España.
Tras la Segunda Guerra Mundial se inicia también un periodo de tensión entre EEUU y la URSS (aliados en la guerra) que conocemos como guerra fría. El invierno de 1947-48 se inicia el bloqueo de Berlín y es en este contexto que surge la idea de crear un pacto militar antisocialista (OTAN en 1945), a lo que respondieron los países del Este con el Pacto de Varsovia (1955). El mundo se dividía en dos bloques y la geopolítica mundial giró desde entonces alrededor del nuevo conflicto. En la nueva organización del mundo, la España de Franco constituyó más un fiel aliado anticomunista que no un enemigo.
Fueron los EEUU los que iniciaron su acercamiento a Franco. Con su ayuda y gracias a su presión los embajadores extranjeros volvieron a Madrid (1950-51). En 1951 se firmaron los primeros pactos que significaban la llegada de créditos y materias primas vitales para el régimen franquista. Por fin, en 1953 se firmaron unos acuerdos bilaterales que permitieron la ayuda norteamericana a cambio de la instalación de bases militares.
Los EEUU ayudaron también a que España fuese admitida en los organismos
internacionales (ONU, FMI,...) y pudiese iniciar contactos con otros países para la concesión de créditos y para reiniciar el comercio exterior. Europa vivía en los años 50 una época de prosperidad y reconstrucción, por lo que necesitaba mano de obra abundante y mercados para sus capitales. Se abrieron fronteras a la emigración y se inició la llegada de turistas que buscaban precios bajos y sol asegurado. Por último, recibió otro apoyo con la firma, en 1953, del concordato con la Santa Sede, lo que significaba el reconocimiento absoluto de la legitimidad del régimen de Franco. Todos estos cambios se reflejan en una readecuación política y económica del régimen.

b) La consolidación del régimen: 1959-1973.

A finales de los 50 era evidente que la política económica de la autarquía había
fracasado. Entre 1957-1959 la vida había subido un 40%, el déficit comercial había alcanzado cifras astronómicas y las reservas de oro habían caído un 70% en cuatro años.
Era evidente que la economía española necesitaba una orientación que abriese las puertas de la modernización y superase las dificultades.
La vieja ideología del nacional-sindicalismo comenzó a quedar totalmente anacrónica y obsoleta en una España que comenzaba a hacer del desarrollo económico y del industrialismo la ideología oficial del Estado.
La entrada dentro del aparto del Estado de nuevas generaciones de políticos, los llamados tecnócratas, fue desplazando progresivamente falangistas, carlistas y tradicionalistas, dando al régimen una nueva orientación. Fue el quinto gobierno nombrado por Franco en 1957 el que pone de manifiesto por primera vez el cambio en la correlación de fuerzas entre las diferentes "familias" del régimen. De los 18 miembros anteriores se cambiaron 12 y la gran novedad fue la entrada de un núcleo importante de miembros del Opus Dei encabezados por Alberto Ullastres y Mariano Navarro Rubio. La pérdida de la influencia de los falangistas tuvo como signo más evidente la sustitución de la Falange como partido único por una nueva formación política que agrupaba a todos los colaboradores del régimen: el Movimiento Nacional.
El nuevo equipo dirigente vio la necesidad de crear un cuerpo de normas y valores inmutables que fuesen una síntesis de todos los principios sobre los que descansaba el Estado español. Con esta voluntad nació la Ley de Principios del Movimiento Nacional (1958) que reconocía España como "una monarquía tradicional, católica, social y representativa". El régimen se alejaba de la ideología fascista de los primeros años e iniciaba una tímida apertura política, aunque rechazando la democracia parlamentaria.
Como las leyes fundamentales (Fuero del Trabajo, Fuero de los Españoles, Ley de Cortes, Ley de Sucesión, Ley de Principios del Movimiento Nacional) no conformaban un verdadero sistema político, en 1966 se aprobó la Ley Orgánica del Estado que caracterizaba a España como una democracia orgánica: se introducen en las Cortes 100 procuradores representantes de la familia y de carácter electivo; las elecciones seguían siendo por sufragio corporativo (tercio familiar, tercio sindical y tercio corporativo).
Por otro lado, la continuidad del sistema después de la muerte de Franco se vio
asegurada cuando las Cortes aceptaron, en 1969, al príncipe Juan Carlos como sucesor a la jefatura del Estado con el título de rey ("atado y bien atado").
En el nuevo gobierno formado en 1965 es la última vez que Franco utiliza la fórmula del equilibrio entre las familias del Régimen: semifalangistas, monárquicos, Opus Dei y católicos de derechas.
Un aspecto notorio de estos años es el intento aperturista que supone la aprobación en 1966 de la Ley de Prensa (Fraga) que suprimía la censura previa, aunque mantenían rígidos controles sobre todo lo que se publicaba. La Ley de Libertad Religiosa (1967) y la Ley de Educación (1970) completaron este proceso reformista con la voluntad de aminorar las discriminaciones por motivos religiosos y hacer más asequible la educación a las clases más humildes.
También en el territorio sindical se produjo una tímida apertura: se reconocen las negociaciones colectivas y se fija un salario mínimo interprofesional. Así mismo, se mejoran las prestaciones sociales (1963, Ley de Bases de la Seguridad Social). P. A. Ruiz Lalinde.

c) El final del franquismo: 1973-1975.
A pesar de que la continuidad del régimen parecía asegurada, continuaban las
discrepancias respecto a la orientación futura del sistema. Las divisiones entre
"aperturistas", partidarios de una cierta liberalización política del régimen y los
"inmovilistas" (el denominado "bunker") deterioraban la cohesión del sistema.
Para estructurar el gobierno y reducir los conflictos, Franco nombró a Luis Carrero Blanco vicepresidente del gobierno (1967) consciente de que era el hombre clave para mantener la paz entre las familias políticas. Sus años de gobierno se caracterizaron por el mantenimiento de una situación contradictoria que cabalgaba entre la reforma (Ley de Educación 1970, Nueva Ley Sindical 1971...) y la represión (estados de excepción, juicio de Burgos, proceso 1001...).
El escándalo MATESA (apropiación ilegal de fondos del Estado obtenidos
fraudulentamente) implicó a diversos ministros y personalidades del Opus Dei. Este hecho fue aprovechado por sectores vinculados a la Falange para poner en marcha una campaña de desprestigio que culminase con su alejamiento del poder. Franco, aconsejado por Carrero, había decidido jugar a fondo la carta de los tecnócratas y cuando reformó el gobierno excluyó a los que habían hecho público el escándalo MATESA (Solís, Fraga...). El nuevo gobierno (1969) fue "monocolor", ya que los ministros más importantes permanecieron en manos de miembros del Opus Dei.
Sin embargo, el año 1973, cuando Carrero Blanco fue nombrado Presidente del
Gobierno (hasta entonces Franco era Jefe del Estado y del Gobierno) la situación de crisis se agudizaba más. Algunos sectores del ejército culpaban a los aperturistas del desastre político y la movilización en la calle crecía pese a la represión. El gobierno de Carrero no había solucionado el descontento social y político ni había reducido la hostilidad entre aperturistas e inmovilistas. Con este telón de fondo, la muerte de Carrero Blanco en un atentado efectuado por miembros de ETA (20-XII-73) y el inicio de la crisis económica aceleraron la descomposición del franquismo.
Carlos Arias Navarro fue elegido para sustituirle (en febrero de 1974). En su primer discurso prometió importantes reformas ("espíritu del 12 de febrero") que se vieron frenadas por varios hechos:

i/ 2 marzo 1974: ejecución de Salvador Puig Antich (anarquista acusado de forma injusta).
ii/ La homilía de Monseñor Añoveros, obispo de Bilbao, que contenía duras censuras contra el régimen.
iii/ Éxito de la revolución de los claveles en Portugal.
El 9 de julio Franco enfermó y ya no se repondría.
Varios hechos marcaron los últimos meses de vida del régimen franquista:
- Ejecución en septiembre de 1975 de cinco acusados de actividades violentas (3 del FRAP y 2 de ETA), a pesar de las repetidas peticiones de clemencia desde todos los ámbitos y la presión internacional que existió.
- La Marcha Verde marroquí sobre el Sahara español.
- La muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975.

3. Las transformaciones económicas: de la autarquía al desarrollismo y la crisis a partir de 1973. Los cambios sociales.

3.1. La postguerra.
La primera dificultad era el hundimiento demográfico provocado por las víctimas de la guerra, por el número de exiliados y fusilados al acabar la guerra. Gran cantidad de puestos de trabajo que requerían una cierta cualificación no encontraban especialistas.
Numerosas familias se refugiaron en el campo, provocando un movimiento de
ruralización de la economía. La situación en el campo tampoco era buena, la gente iba a los pueblos con la única esperanza de sobrevivir. La agricultura sufrió un estancamiento e incluso un retroceso.
Las explicaciones clásicas de esta baja productividad se centran, sobre todo, en la falta de maquinaria, de abonos, a causa tanto de la guerra mundial, como del posterior aislamiento internacional, así como en la desfavorable climatología ("pertinaz sequía" de 1945 a 1949) que arruinó parte de las cosechas.
Tampoco la industria pudo recuperarse en un principio. No es sino hacia 1950 que se produce un aumento de la producción (8%) en relación a la época anterior a la guerra.
Hay que tener en cuenta que no tenemos estadísticas de los años 40 y las que existen son poco fiables. Seguramente la falta de bienes de equipo, de recambios, de materias primas y de energía fue decisiva para mantener la producción industrial a un ritmo muy bajo. Las relaciones con el Eje hicieron que al acabar la guerra el país no se beneficiase del Plan Marshall.
La poca industria que había obtenía grandes beneficios por los bajos salarios y la escasez que hacía subir los precios.
La renta per cápita española no registró los niveles anteriores a 1936 hasta 1953, lo que demuestra el bajo nivel de vida del conjunto de la población en esta primera década.

3.2. La política económica: autarquía e intervencionismo.
Forzados por la propia guerra civil, por el conflicto mundial, y después por el
aislamiento internacional, la política de estos primeros años (económica) se podía definir con los conceptos de autarquía e intervencionismo estatal.
La política de autarquía propugnaba la autosuficiencia de un determinado país,
limitando al máximo su dependencia respecto al exterior. En la formulación de esta política influyeron las tendencias proteccionistas anteriores a la guerra, el propio proceso bélico, y la propia influencia del fascismo que propugnaba un nacionalismo económico que tenía como objetivo la autarquía.
La política de autarquía se acompañó de un fuerte intervencionismo del Estado:
regulación estatal del comercio exterior, protección de la industria nacional. Se reguló la creación de nuevas empresas y se impidieron las inversiones extranjeras que superasen el 25% de una empresa. Esto creó una industria débil, incapaz de competir con el exterior. A la vez el Estado controlaba el mercado interior por medio del racionamiento (hasta 1953), fijaba los salarios y controlaba los precios.
Se constituyeron empresas públicas con carácter subsidiario de la empresa privada como el INI (Instituto Nacional de Industria en 1940) o la RENFE (1940) que se ocupaban de sectores no rentables, pero necesarios para el país. Finalmente en 1940 se fijó el denominado "status quo" bancario, que limitaba el número de bancos y sucursales a los existentes en esos momentos, lo que significaba el monopolio financiero del país en beneficio de estos bancos.
Esta intervención, con la burocracia administrativa que comportaba, era enormemente costosa e implicaba la disponibilidad de grandes sumas de dinero por parte del Estado.
Como el sistema impositivo era ineficaz y casi inexistente, se recurría a la emisión de deuda pública para financiar los gastos, deuda que era adquirida obligatoriamente por los bancos. Pero esta forma de financiación provocaba una alta inflación que reducía cada vez más el poder adquisitivo de los salarios.

3.3. El agotamiento de la vía autárquica (1951-1956).
a) Los cambios y sus limitaciones.
Franco cambió su gobierno en julio de 1951. En el nuevo gobierno predominaban los católicos sobre los falangistas y entran personalidades no tan comprometidas con el modelo autoritario (Ruiz-Jiménez en Educación y Martín Artajo en Asuntos Exteriores).
Los falangistas mantenían parcelas de poder (Girón, en el ministerio de Trabajo), pero el tono del nuevo gobierno, al que se incorporará un personaje clave (Carrero Blanco) pretendía una homologación internacional, el régimen pretendía el entendimiento con el exterior y consiguió unos éxitos en política internacional que le hacían falta.
Esta pequeña liberalización escondía una situación interior bastante preocupante. Las ayudas internacionales entre 1951-56 no consiguieron salvar la angustiosa situación económica mientras en la calle comienzan a surgir los primeros signos claros de descontento. Hacia 1956 una serie de circunstancias: malas cosechas, déficit de la balanza comercial, huelgas universitarias..., pusieron de manifiesto que era preciso algo más que un cambio de gobierno para poder perpetuar un sistema que fuera de eso permanecía intacto. Fue entonces cuando se produjo el primer gran giro en la gestión económica del régimen franquista.




3.4. El primer intento de adecuación económica.
Las condiciones internacionales que a partir de 1950 implicaron el final del aislamiento (ayuda americana, integración en organismos internacionales...) significó, también en el interior, un leve cambio en la política económica.
La vía autárquica llevaba al país al colapso económico, ya que implicaba un nivel tan escaso de consumo que incluso para las escasas posibilidades industriales del país era más rentable la evasión de capitales que invertirlos en una industria sin consumidores.
La agricultura, por su parte, continuaba siendo incapaz de atender la demanda nacional.
El nuevo gobierno del 18 de julio de 1951 se proponía un programa de aumento de la producción y la productividad, sobre todo industrial, reordenando toda la actividad económica. Por eso se intentaba la reactivación del comercio interior (fin del racionamiento y del control sobre el mercado en 1953), la apertura al mercado internacional, la reducción de los gastos del Estado y el freno a la inflación.
A pesar de algunos esfuerzos por superar el nivel de subsistencia en el campo (Ley de Concentración Parcelaria 1952, Plan Badajoz 1953) y el aumento de la producción industrial, lo cierto es que nuestra relación con la economía exterior aumentó todavía más nuestro déficit comercial y aceleró la inflación. Igualmente la industrialización comenzó a movilizar a las masas campesinas hacia las ciudades: problemas de vivienda y de infraestructura urbana. Los gastos del Estado continuaron siendo muy altos y la recaudación insuficiente, mientras las reservas de oro se reducían (a la mitad entre 1956 y 1958). Era evidente que eran necesarios más cambios.

3.5. La acelerada transformación de la economía española.
a) El Plan de Estabilización.
La acción correctora que necesitaba la economía española vendrá con el Plan de Estabilización (1959). Este plan era un conjunto a acciones destinadas a corregir las deformaciones de la autarquía y a iniciar después una nueva etapa de crecimiento económico. Se pretendía pasar en poco tiempo de una economía cerrada, con el comercio exterior reglamentado, a una economía abierta con gran parte del comercio exterior liberalizado.
Las principales líneas de actuación del plan fueron las siguientes:
- nuevas normas de carácter fiscal y monetario.
- progresiva liberalización del comercio exterior.
- medidas para favorecer las inversiones extranjeras.
- nueva paridad de la peseta: 1 dólar = 60 pesetas.
El camino abierto por este plan fue seguido por una profunda transformación en la estructura económica del país que significó la conversión de España en un país preferentemente industrial. Esta transformación tuvo lugar de una forma muy acelerada (15 años), por lo que se ha hablado de "milagro español". Pero se ha de tener en cuenta que el "milagro" no fue sólo español, sino que es el crecimiento europeo el que potenció la acelerada transformación de la economía española. El crecimiento económico fue claramente estimulado por la inversión de capitales extranjeros, la adopción de tecnología foránea, la emigración de trabajadores a la CEE y por la entrada masiva de turistas. Fenómenos, todos ellos, estrechamente vinculados al crecimiento económico de Europa Occidental.

b)La crisis de la agricultura tradicional.
En la posguerra, la agricultura española quedó reducida a las más estrictas condiciones de subsistencia, con abundante mano de obra y escasa mecanización. A partir de 1969, con el proceso de industrialización, se produce la crisis de esta agricultura tradicional. Dos son los factores fundamentales que propician la transformación:
- el éxodo rural hacia Cataluña, Madrid, País Vasco y CEE: aumento de salarios agrícolas: mecanización.
- diversificación, con el aumento del nivel de vida, de la demanda de alimentos.
Disminuye la demanda de cereales y aumenta la de carne, leche, fruta,...
Estimulado por estos cambios, el campo español inició un proceso de mecanización y de mejora de las técnicas de cultivo (abonos, especialización, diversificación de la producción...). Este proceso significó la sustitución de mano de obra por capital. La gran beneficiaria de este cambio fue la gran explotación agrícola, ya que la pequeña explotación familiar no puede hacer frente a la mecanización (por las pequeñas dimensiones o por falta de capital). Muchos pequeños propietarios, se vieron obligados a emigrar a las ciudades.
La política agraria franquista pretendía paliar el problema del minifundismo (Plan de Concentración Parcelaria) y aumentar los rendimientos mediante el desarrollo de un programa de regadíos (1962: Ley de Grandes Zonas Regables). La cuestión de los latifundios pasó a segundo plano.

c) Una rápida industrialización.
A partir de 1961 las medidas del Plan de Estabilización comenzaron a dar resultados: desarrollo industrial, crecimiento de las ciudades, aumento del nivel de vida.
En esta renovación industrial tuvieron gran importancia las inversiones de capital extranjero (el 18% de las inversiones entre 1961 y 1971). Esta presencia de capital extranjero, motivada por las condiciones de inversión favorables que el Estado español ofrecía (bajo coste de la mano de obra, escasa conflictividad social, baja presión fiscal...) acentuó la dependencia del exterior.
La entrada masiva de bienes extranjeros posibilitó la renovación del equipo industrial y la adopción de nueva tecnología mientras que la posibilidad de exportar mano de obra liberaba al país de la presión que un alto índice de paro habría supuesto para la economía española.
El aumento de la producción y la productividad industrial incidió sobre la estructura de las exportaciones: los productos agrarios tradicionales pierden peso y lo ganan los productos manufacturados.
Los sectores protagonistas fueron el químico, energético, la maquinaria y el sector servicios gracias al turismo.

d) La planificación económica.
El programa de liberalización iniciado en 1959 se completa con un programa de
planificación. En 1962 se creó la comisaría del Plan de Desarrollo dirigida por Laureano López Rodó. En 1963 se aprobó el primer Plan de Desarrollo Económico y Social, con una vigencia de 4 años (1964-1967) seguido de dos más: 1968-71 y 1971-1975.
Los planes tenían carácter indicativo y centraban su atención en el sector industrial, al que se consideraba clave para el crecimiento económico. Planteaban dos acciones básicas:
- las llamadas "acciones estructurales" que pretendían solucionar algunos de los males endémicos de la industria española, es decir, bajo volumen de producción y la pequeña dimensión de las empresas.
- las acciones de localización industrial, que tenían como objetivo disminuir los
desequilibrios económicos entre diferentes regiones. Para ello se crearon los Polos de Desarrollo.

e) Los desequilibrios de la balanza de pagos.
La liberalización de las importaciones comportó una fuerte expansión del comercio exterior. El crecimiento de la industria nacional exigía una serie de importaciones (bienes de equipo, energía, tecnología...) que las tradicionales exportaciones no podían financiar: saldo negativo de la balanza comercial.
La corrección de estos desequilibrios fue posible gracias a una serie de factores exteriores (emigración, inversiones extranjeras y turismo), dando lugar a superávits importantes en la balanza de pagos en los años 60.
El interés demostrado por la Administración en el desarrollo turístico no fue
acompañado de una planificación racional del sector y los costes sociales (destrucción del paisaje, caos urbanístico, falta de infraestructura...) del fenómeno turístico han sido enormes.

f) El agotamiento del modelo de crecimiento.
Se puede afirmar que en 1970 España había dejado de ser un país eminentemente agrícola para entrar en la esfera de los países industrializados. Pero fue en esta década, y sobre todo a partir de 1973, cuando la crisis económica mundial evidenció las debilidades y el agotamiento del modelo de crecimiento económico adoptado durante el franquismo.
Los primeros síntomas de este agotamiento aparecen a finales de los 60: primeras tendencias inflacionistas, problemas con la balanza de pagos... Por ello, la crisis de los 70 no hay que buscar sólo en factores externos (crisis del petróleo de 1973) sino también en factores internos. En PNB empezó también a crecer menos (8´5% anual entre 1960-65 y un 5´6 entre 1966-70).
Con este telón de fondo, la incidencia de la crisis económica mundial mostró con gran crudeza las deficiencias de la economía española.

3.6. Las transformaciones sociales.
La modernización de la economía española comportó un proceso de cambio social que en pocos años modificó substancialmente la realidad social de España.

La evolución demográfica.
En los últimos 40 años (1940-1980) España conoció el mayor crecimiento demográfico de la historia: 25 millones en 1940, 37 millones en 1980. España entró también en el ciclo demográfico moderno: tasas de natalidad y mortalidad muy bajas, progresivo freno al crecimiento y en consecuencia, envejecimiento de la población.
Otra característica demográfica de la España franquista es la generalización de los movimientos migratorios. Las migraciones exteriores cambian de destino: ya no van hacia América, sino hacia Europa. Entre 1960 y 1973 más de dos millones marcharon a buscar trabajo (1 millón de forma permanente y otro de forma temporal).
Todavía más relevancia tendrá el éxodo rural: entre 1960 y 1970 más de 4 millones de personas abandonarán su lugar de origen. Marcharon de las zonas rurales a las zonas industriales: Madrid, Cataluña, País Vasco... La consecuencia fue la despoblación del campo y un gran crecimiento de las ciudades.
La transformación de la estructura social.
La modernización del campo supuso una drástica reducción de la población activa del sector primario. Por otro lado, la expansión industrial generó un aumento considerable de la clase obrera en su conjunto y la aparición de ésta en zonas que hasta aquel momento se habían mantenido básicamente agrícolas (Zaragoza, Pamplona, Valladolid...). También cabe destacar la progresiva tendencia al aumento del número de obreros cualificados y especializados frente al número de peones.
La clase media también aumentó su peso en el conjunto social español a la vez que pasaba de ser la típica de las sociedades no industriales (tenderos, funcionarios, maestros, pequeños industriales...) a ser similar a la de los países industrializados (aumento del peso del personal administrativo, técnico, comercial...).
Hacia una sociedad de consumo.
El aumento de la producción de bienes de consumo y crecimiento de la renta per cápita propició la entrada en lo que se llama la "sociedad de consumo", aunque no plenamente si la comparamos con el resto de los países occidentales. Así, entre 1966 y 1975 la adquisición de alguno de los típicos bienes de consumo (coche, frigorífico, lavadora, televisión...) se duplicó. De todas las maneras, esta mejora del nivel de vida presenta diferencias importantes entre regiones y entre el medio urbano y rural.

4. La oposición al régimen
Las circunstancias del nuevo régimen (prohibición de partidos, sindicatos, falta de libertades...) hacían que todo intento de disidencia política fuese clandestino, minoritario y esporádico.
4.1. Los primeros tiempos.
Con el exilio de cientos de miles de personas, en Francia, en Inglaterra o en América, los partidos y las organizaciones intentaron reorganizarse e incluso constituyeron un gobierno republicano en el exilio.
También los gobiernos autonómicos (Cataluña y País Vasco) se constituyeron de nuevo en el exilio. El fusilamiento del presidente Companys en octubre de 1940 llevó al nombramiento de Josep Tarradellas.
En el interior de España, la oposición se inició en realidad durante la misma guerra civil; en las zonas franquistas, sobre todo en Galicia y Asturias, pequeños grupos guerrilleros se lanzaron a las montañas tanto para huir de la represión como para intentar un fustigamiento del ejército franquista. Al acabar la guerra este movimiento se amplió y en la confianza de que al acabar la Segunda Guerra Mundial los aliados penetrarán en España, las partidas de "maquis" mantuvieron la resistencia armada.
El problema más grave era que las direcciones de las diferentes organizaciones estaban fuera del país, y al no conocer bien la situación interior, confiaban en que por la vía armada sería posible alzar al país contra el fascismo. Cuando en 1944 fracasó una invasión guerrillera por el Valle de Arán (organizada por el PC) se evidenció que sería muy difícil mantener una guerrilla en España. La población, agotada por los años de la guerra, hambrienta y amedrentada por la represión que encarcelaba, torturaba o fusilaba por la más leve señal de oposición, tendió a apartarse de las guerrillas.
Dentro del mismo régimen franquista las conspiraciones monárquicas tuvieron una cierta importancia. Así, en 1943 algunos procuradores a Cortes reclamaron a Franco la vuelta a la monarquía. Como creían que el triunfo aliado permitiría el cambio de régimen en España, grupos monárquicos fieles a Don Juan (hijo del Alfonso XIII) firmaron un pacto con el PSOE, el PNV y otros grupos republicanos (pacto de San Juan de Luz), del cual fue excluído el PCE, para la transición a un régimen constitucional. La habilidad de Franco para atraerse a Don Juan y hacer que éste optase la sucesión monárquica en la persona de su hijo Juan Carlos, eliminó esta oposición, al menos de manera activa.

4.2. La reorganización de la oposición.
Cuando la coyuntura internacional dejó claro que el régimen se consolidaba y que España no se integraba en las democracias, se produjo un momento duro para la oposición. Los anarquistas (CNT), escindidos y con sus cuadros presos, perseguidos o aislados en la guerrilla rural o urbana, se diluyeron poco a poco y perdieron su influencia en el movimiento obrero.
El PSOE y la UGT, con sus direcciones en el extranjero y desconectadas de la realidad española, intentaron continuar apostando por pactos con los monárquicos, mientras sus organizaciones casi desaparecían de España.
Sólo el PCE y el PSUC en Cataluña consiguieron reorganizar penosamente sus cuadros y hacer notar su presencia en los primeros movimientos populares. La dirección continuaba en el exilio y bastante desconcertada de la realidad interior.
Sin embargo, poco a poco, a partir de 1950 aparecen en escena otros grupos:
Movimiento Socialista de Cataluña, los demócratas-cristianos, los grupos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco. Su actividad fue mínima y los riesgos que corrían eran enormes. Lo más importante fue el inicio de un movimiento de masas como la huelga de tranvías de Barcelona de 1951, las primeras huelgas en Asturias, las movilizaciones universitarias de 1956 o la huelga de Barcelona del mismo año. Aunque es indudable
que estos movimientos eran débiles y escasos, conformaron la situación que más tarde abrió paso a los movimientos de los años 60.
4.3. El fortalecimiento de la oposición.
La década de los 60 significó la progresiva consolidación del movimiento de oposición al franquismo. El crecimiento de la oposición en el interior propició la creación de nuevos núcleos de dirección política situados en el interior del país que se van a enfrentar muchas veces a los puntos de vista de los viejos dirigentes del exilio que van a ir perdiendo progresivamente su hegemonía.

a) La reconstrucción del movimiento obrero y estudiantil.
La reactivación económica y la discusión de los primeros convenios colectivos
significaron un aumento de la conflictividad obrera. Las huelgas obreras se multiplicaron y aunque era un derecho no reconocido, dejaron de ser delitos de sedición. La posibilidad de elegir enlaces sindicales desbordó la CNS, ya que en muchas fábricas los obreros comenzaron a crear sus propios órganos de representación (comisiones obreras).
En este contexto nació la organización Comisiones Obreras. La primera comisión obrera surgió en Asturias en la huelga de 1962, pero su expansión se produce entre 1964 y 1966. En las elecciones sindicales de 1966 obtuvo un éxito notable con lo que el régimen dio marcha atrás, declaró a Comisiones ilegal y sus miembros fueron perseguidos.
Al lado de las movilizaciones obreras, la década de los 60 se caracterizó por la aparición de un potente movimiento estudiantil de carácter democrático. La organización estudiantil falangista (SEU) quedó arrinconada por la aparición de los Sindicatos Democráticos en 1965.

b) El renacimiento de los nacionalismos.
El nacionalismo catalán comenzó a ser un factor aglutinador de amplios sectores sociales, lo que llevó a una actuación unitaria de las diferentes fuerzas políticas catalanas: formación de la Tabla Redonda de 1966 y en 1971 de la Asamblea de Cataluña.
En el País Vasco, la Iglesia tuvo un protagonismo básico en la configuración de la oposición al franquismo, sobre todo con la progresiva desvinculación de la Iglesia del Régimen. En PNV siguió siendo el partido hegemónico, pero por su conservadurismo social propició la radicalización de algunos grupos nacionalistas. Así nació en 1959 ETA que comenzó las acciones armadas en 1962, provocando una fuerte represión en todo el País Vasco.

c) Las diferentes fuerzas políticas.
De los grandes partidos de la República, sólo el PC conservó una cierta fuerza y organización en el interior. El PSOE fue, hasta bien entrada la década de los sesenta, un partido en el exilio que conoció la desarticulación y la divergencia entre la dirección del interior y la del exterior. Los viejos líderes del exilio como Rodolfo Llopis entraron en conflicto con los jóvenes militantes del interior: en 1974, en el Congreso de Suresnes se superan las dificultades y el partido queda en manos de los militares del interior (Felipe González).
El PC fue, a pesar de sus disensiones internas, como la expulsión de Jorge Semprum y Fernando Claudín, el partido que mejor supo mantener su organización clandestina y el único con una cierta organización de masas. Esto fue a causa de su línea política de penetración en las organizaciones de masas (comisiones obreras, sindicatos estudiantiles, asociaciones de vecinos...) y su acercamiento a todas las fuerzas antifranquistas, independientemente del lado en que hubiesen hecho la guerra: política de "reconciliación nacional".
También fue importante la toma de conciencia de algunos sectores católicos que se pusieron del lado de la oposición. Así, cabe destacar la formación de organizaciones católicas de carácter demócrata-cristiano que se van a mostrar hostiles a la dictadura (Unió Democrática de Catalunya).
También antiguos colaboradores del régimen (como el monárquico José Mª de Areilza, los demócrata-cristianos, como Ruiz Jiménez, o antiguos falangistas como Dionisio Ridruejo) se desmarcaron públicamente del franquismo y se manifestaron a favor de un gobierno democrático. En junio de 1962, esta oposición moderada participó, conjuntamente con un sector de exiliados (con exclusión de comunistas y anarquistas) en una reunión en Munich, convocada por el Movimiento Europeo (reunión llamada por el franquismo "contubernio de Munich". Lo que en Munich se debatió es sobre las condiciones políticas que debían darse en España para entrar en el Mercado Común Europeo:
- instituciones democráticas: parlamento elegido democráticamente; gobierno elegido por sufragio universal.
- garantías para ejercer los derechos de persona: libertad individual, derecho a la vida, a la expresión.
- reconocimiento de la personalidad de los pueblos de España: derechos para los pueblos que se constituyen en Naciones dentro de España.
- libertades sindicales, derecho de huelga.
- legalización de partidos políticos y respeto a la oposición.

LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA

1. La conspiración

Tras la victoria del Frente Popular en las eleccio¬nes de febrero de 1936 las condiciones de vida en Es¬paña se habían hecho tan difíciles que había grupos de derecha y también de izquierda que estaban dis¬puestos a acabar con las instituciones republicanas mediante un acto de violencia. Fueron los primeros quienes lo intentaron pero la revolución posterior tes¬timonia que también parte de la izquierda estaba dis¬puesta a abandonar la legalidad.
La conspiración contra la República por parte de la derecha fue plural y desorganizada. A las extremas derechas monárquicas, que habían conseguido el apoyo de Benito Mussolini, se sumaron algunos sec¬tores militares, incluso republicanos, qué asumieron la dirección principal del alzamiento por encima de estas fuerzas políticas. El más importante de los orga¬nizadores de la conspiración fue el general Emilio Mora en Pamplona, que, según alguno de sus biógra¬fos, tenía una «limitadísima» simpatía por la Monar¬quía. Estaban con él el general Manuel Goded, que había conspirado contra la Dictadura, el general Gonzalo Queipo de LIano, inveterado conspirador durante esa misma época, y el general Guillermo Cabanellas, que sorprendió con su alineamiento con los sublevados. La participación de Franco en el al¬zamiento no estuvo muy clara hasta el final.
También colaboraron en la preparación de la su¬blevación algunos de los diputados de la CEDA, co¬mo Ramón Serrano Súñer o el conde de Mayalde. El principal dirigente de esta agrupación, José María Gil Robles, no fue consultado por los dirigentes de la sublevación, aunque prestó apoyo económico a ésta con los fondos electorales de su partido.
Ni por un momento se pensaba en la posibilidad de una guerra civil; se preveía una actuación muy violenta y decidida para conseguir rápidamente el triunfo en Madrid;' capital del Estado y centro de las decisiones' políticas, y el establecimiento de un régi¬men dictatorial que, en principio, no debía ser perma¬nente ni conducir de forma necesaria a la Monarquía.
Ante la conspiración militar cabe preguntarse cuál fue la reacción del gobierno. Es sencillanientf1 impo¬sible que ignorara que se estaba preparando un golpe de Estado, cuando incluso la prensa hablaba de dio y España entera era un rumor permanente al respecto. La realidad es que el gobierno sí tomó disposiciones para evitar el estallido de una sublevación contra el gobierno del Frente Popular:
. Los mandos militares superiores se habían con¬fiado a personas de las que no cabía esperar una conspiración en contra de la República.
. En África, cuyo ejército proporcionó a los su¬blevados una de las bazas más importantes para su triunfo, los altos mandos militares también eran fieles al régimen.
¬. Diversos militares sospechosos habían sido trasladados a puestos desde los que su actuación sería mucho menos peligrosa: Goded a Baleares y Franco a Canarias, por ejemplo. Otros genera¬les, como Varela y García Escámez, fueron san¬cionados. Se sospechaba de Mola, pero se con¬fiaba en que no llegara a ponerse de acuerdo con los carlistas en Pamplona.
. Las fuerzas de orden público en las grandes ciu¬dades fueron puestas al mando de autoridades adictas.
El error del gobierno fue, quizá, no prever la mag¬nitud de la sublevación y manifestar incapacidad para controlar a sus propias masas, no atreviéndose a rom¬per con la extrema izquierda. Su táctica consistió en esperar un estallido de un intento militar, como el de agosto de 1932, que se hundiría por su propia debili¬dad y por las medidas adoptadas por el gobierno, en cuyo caso éste se reforzaría ante la opinión pública, podría restablecer el orden y le sería más fácil cum¬plir su programa. Los dirigentes políticos, Azaña y Casares Quiroga, erraron en la valoración de sus propias fuerzas: cuando se produjo la sublevación, algunos grupos políticos iniciaron una revolución social que redujo el poder del gobierno a la nada.
Desde luego, como en el caso de los conspiradores, tampoco el gobierno se planteó ni remotamente la posibilidad de una guerra civil.

2. El alzamiento y su propagación

El pronunciamiento se inició en Marruecos el día 17 de julio, adelantándose a la fecha prevista. Dos días más tarde asumió el mando el general Franco, que se había sublevado sin dificultades en Canarias y se había trasladado a Marruecos en un avión inglés alquilado por conspiradores monárquicos. A partir del 18 de julio el alzamiento se extendió a la penínsu¬la, dependiendo su resultado en los distintos puntos de factores muy variados: la preparación de la conju¬ra, el ambiente político de la región, la unidad o divi¬sión de los militares y las fuerzas de orden público, el grado de decisión de las autoridades, la proximidad de una gran capital que influyera en la posición de la región del entorno, etc.
En Navarra, donde Mala desempeñó el papel de¬cisivo, y en Castilla, regiones católicas y conserva¬doras por excelencia, los sublevados lograron la vic¬toria fácilmente. En Aragón la sublevación venció en las capitales de provincia merced a la postura del ge¬neral Cabanellas, antiguo diputado radical, alineado ahora con los sublevados. Algo parecido sucedió en Oviedo capital, pero el resto de Asturias estuvo do¬minado abrumadoramente por la izquierda. En Gali¬da triunfó la sublevación, dado el carácter conserva¬dor de la región, pese a la fuerte resistencia de las organizaciones obreras en algunas capitales.
La situación de Andalucía era opuesta, pues el ambiente era marcadamente izquierdista en esta re¬gión. La victoria del general Queipo de Llano en Sevilla fue una sorpresa, pero su situación fue muy precaria al principio. Lo mismo sucedió en otras ca¬pitales como Cádiz, Granada o Córdoba, ya que los barrios obreros ofrecieron una resistencia que no desapareció hasta que llegó el apoyo del ejército de África. La situación fue muy similar en Extremadu¬fa, aunque la ciudad de Cáceres se sublevó.
En Castilla la Nueva y Cataluña la suerte de la sublevación dependió de lo que pudiera suceder en las dos grandes capitales, Madrid y Barcelona: en ambas el ambiente político era izquierdista. En Madrid la conspiración estuvo muy mal organizada y los suble¬vados quedaron encerrados en sus cuarteles sin deci¬dirse a salir a la calle, con lo que acabaron bloqueados por las fuerzas fieles al gobierno y las milicias popula¬res. En Barcelona salieron de ellos, pero las fuerzas de orden público les cerraron el paso. En la victoria del Frente Popular en las dos grandes capitales del país fue decisivo el hecho de que la sublevación no fuera secundada unánimemente por toda la guarnición, pe¬ro también fue crucial la actitud de las masas proleta¬rias, que en Madrid sitiaron el cuartel de la Montaña y en Barcelona hostilizaron a los grupos de soldados, empleando contra ellos armas que presumiblemente habían reunido los anarquistas para luchar contra el gobierno.
En otras regiones hubo titubeos hasta el final. En el norte, el País Vasco se escindió ante la rebelión: Álava estuvo a favor de ella y Vizcaya y Guipúzcoa en contra, gracias a la postura de los nacionalistas vascos ante la promesa gubernamental de la inminen¬te concesión del estatuto autonómico y debido tam¬bién a su evolución hacia una actitud demócrata cris¬tiana. En las Baleares se sublevaron Mallorca e Ibiza, pero no Menorca. En Valencia los sublevados dudaron mucho para, al final, ser derrotados. En oca¬siones, núcleos de resistencia sublevados -Alcázar de Toledo, Nuestra Señora de la Cabeza en Jaén- man¬tuvieron la resistencia frente a los republicanos.

3. Las consecuencias inmediatas
España dividida
El balance de aquellos tres días de julio fue que España quedó dividida en dos, entre una serie de re¬giones y provincias que se habían pronunciado contra el gobierno y otras que le eran fieles. Desde luego la razón principal del estallido de la guerra civil fue que el pronunciamiento imaginado por Mola había fraca¬sado, y esto fue así porque el ejército no adoptó una actitud unánime: casi la mitad de la oficialidad exis¬tente quedó en el lado de los gubernamentales, aun¬que de ella sólo una pequeña proporción actuara en el campo de batalla a su favor. Originariamente, a la República no le faltaron recursos militares, aunque los generales desempeñaron un papel más importante en el bando sublevado y la oficialidad joven militara con ellos en su inmensa mayoría.
En realidad, las fuerzas de uno y otro bando esta¬ban bastante equilibradas. Si los sublevados conta¬ban con el ejército de África, la porción más valiosa y técnicamente mejor preparada, la ventaja del gobier¬no era clara en la flota -en la que, sin embargo, la ofi¬cialidad era muy conservadora y fue eliminada, lo que hizo difícil el correcto empleo de los buques- y en aviación. Además, el Frente Popular disponía de las capitales más importantes, la industria y las reservas de oro del Banco de España.
Los acontecimientos se precipitaron en los días que siguieron a la sublevación. El gobierno de Casa¬res Quiroga trató de mantener la legalidad con sus solas fuerzas y sin repartir armas a las masas. Tras su dimisión, Azaña intentó formar un gobierno bajo la presidencia de MartÍnez Barrio, que era el político situado más al centro y que trató de evitar la guerra civil (algunas guarniciones todavía titubeaban entre un bando y otro). Sin embargo, ni el general Mola ni Largo Caballero aceptaron esta solución porque con¬sideraban irremediable e incluso deseable la guerra. El 19 de julio se formó un nuevo gobierno, presidido por Giral, que procedió al reparto de armas.

.El proceso revolucionario
Sin duda, un factor decisivo en el desarrollo de la guerra fue el proceso revolucionario que estalló en la zona que controlaba el Frente Popular y que se auto¬denominaba republicana. Fue ella la que despertó un interés apasionado por parte de muchos de los extran¬jeros que en este momento visitaron España. Aunque los partidarios de Franco acusaron a las izquierdas de tener preparada una revolución, en realidad ésta fue la respuesta a la sublevación. Consistió, en primer lugar, en la pulverización del poder político hasta el extremo que resultaba muy difícil, por no decir impo¬sible, descubrir a quién le correspondía tomar de¬cisiones e, incluso, convivieron tres organismos públicos de decisión superpuestos en algunas pro¬vincias como, por ejemplo, Guipúzcoa. En cada re¬gión se constituyeron juntas que, a modo de canto¬nes y con una significación política contradictoria, se repartían el poder y lo administraban sin tener en cuenta para nada el resto del país.
La revolución también tuvo consecuencias de ca¬rácter militar al no existir un mando unificado ca¬paz de planificar la acción bélica. Las milicias po¬pulares, que pretendieron sustituir a las unidades militares, resultaron ineficaces e indisciplinadas. Un tercer aspecto del proceso revolucionario fue el eco¬nómico-social. Los anarquistas, pero también los co¬munistas y socialistas en no pocas regiones, pusieron en marcha una colectivización de la propiedad que fue muy mayoritaria en el campo andaluz y en la in¬dustria catalana. Se trató del proceso revolucionario más importante producido en Europa desde la revolu¬ción rusa en 1917 y se ha podido calcular que casi la mitad de la tierra útil fue expropiada, aunque hubo re¬giones enteras (Cataluña y Levante, por ejemplo) en donde el porcentaje fue mínimo. Algo parecido suce¬dió en la ciudad: en Barcelona se expropiaron tres cuartas partes de las industrias pero sólo un tercio en Madrid. El índice de producción catalana, en parte como resultado de ello, se redujo a un tercio y no hay duda de que en lo relativo a la industria de armamen¬to la colectivización fue un grave inconveniente. Co¬mo es natural, este proceso revolucionario impidió la unidad necesaria durante el periodo bélico y causó muchas dificultades a los combatientes republicanos.

¬1. Fases de la guerra
La guerra de columnas
Entre julio y noviembre de 1936 los límites de ca¬da una de las dos zonas en que quedó dividida Espa¬ña no fueron precisos. La lucha adoptó la forma de enfrentamiento entre agrupaciones de fuerzas de uno y otro bando, en el que uno trataba de ampliar el área que controlaba, mientras que el otro se situaba a la defensiva. El combate entre columnas atacante s y de¬fensoras supuso la inexistencia de un frente estable y fue bien expresivo tanto de la primitiva carencia de fuerzas como de la descentralización de las decisio¬nes y de la irresolución misma de los combates.
En este periodo la superioridad de los sublevados fue manifiesta: ello explica la rapidez con que Fran¬co, después de pasar el estrecho de Gibraltar, alivió la angustiosa situación de las capitales andaluzas. Pe¬ro las tropas del ejército de África fueron empleadas sobre todo para forzar el camino a Madrid, en cuyos arrabales se detuvieron, porque era mucho más fácil para ellas obtener la superioridad en campo abierto que en las calles de una ciudad. También las tropas nacionalistas, con la toma de Irún, aislaron la zona norte de sus adversarios de la zona francesa.
En cambio los éxitos del Frente Popular fueron menores. Su avance desde Cataluña hacia las capita¬les aragonesas quedó detenido pronto y la expedición dirigida desde Barcelona a las Baleares fracasó, por lo que a partir de entonces estas islas fueron una base importante para el bloqueo de la costa mediterránea y, más adelante, para el bombardeo de Barcelona por las tropas franquistas.
. La batalla en torno a Madrid (de noviembre de 1936 a marzo de 1937)
A finales de noviembre de 1936 se produjo un im¬portante cambio en la guerra, no sólo por la cada vez mayor ayuda extranjera, sino por el proceso creciente de militarización de la población; en Madrid se crea¬ron las milicias populares por los generales Miaja y Rojo, que se encargaron de la defensa de la ciudad mientras que el gobierno republicano partía hacia Valencia.
Franco detuvo sus fuerzas ante la capital y, puesto que era imposible el éxito mediante un ataque fron¬tal, trató de apoderarse de las comunicaciones, con lo cual Madrid acabaría cayendo inevitablemente. En consecuencia intentó tomada por el procedimiento de flanqueo, ordenando atacar en dirección a la carrete¬ra de La Coruña, hacia el Jarama y por Guadala¬jara. Estas tres ofensivas dieron lugar a otras tantas batallas que testimonian el endurecimiento alcanzado por la guerra, pero, a pesar de su superioridad cualita¬tiva y la ayuda de las tropas italianas, Franco no lo¬gró derrotar a sus adversarios sino que, por vez pri¬mera, las tropas del Frente Popular detuvieron al enemigo atacante. En los tres casos las tropas de Franco habían avanzado sobre sus posiciones ante¬riores, pero no habían conseguido sus objetivos. Se¬guían manteniendo la iniciativa, pero los republica¬nos habían sido capaces de enfrentárseles, en batalla defensiva, dejando la solución en tablas.
Visto que la guerra no podía ganarse en el centro, Franco, aconsejado por el general Vigón, decidió concentrar sus fuerzas en el frente Norte para derro¬tar al adversario allí donde era más débil.

La caída del frente Norte. Guernica (de marzo a octubre de 1937)
La decisión de Franco suponía que la guerra ha¬bría de ser de modo inevitable más larga y, en efecto, 1937 fue el año crucial de la contienda. La concentra¬ción en Vizcaya de lo mejor de las tropas franquistas significó la pérdida de esta provincia. La lucha ad¬quirió tintes de ferocidad superiores a lo habitual has¬ta entonces. La aviación alemana realizó bombardeos sobre poblaciones que no eran objetivos militares in¬mediatos, como Durango y Guernica, utilizando tác¬ticas que luego se emplearían durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que la artillería se concen¬traba contra las fortificaciones adversarias.
En cambio, la toma de Santander resultó un «pa¬seo militar» por la ayuda de las tropas italianas y la escasa organización de la resistencia. Por el contra¬rio, la toma de Asturias, por la tradición izquierdista de la región y lo áspero del terreno, dio lugar a una defensa encarnizada: cuando acabó su conquista que¬daron grupos guerrilleros que tuvieron actividad mi¬litar hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Durante el verano de 1937 las tropas del Frente Popular lanzaron tres ofensivas para distraer a las tropas de Franco en Segovia y La Granja (junio), Brunete (julio) y Belchite (agosto), pero fracasaron por no estar coordinadas y porque el ejército republi¬cano parecía más capacitado para la defensa a ultran¬za que para sacar provecho de una gran ofensiva. Si Brunete y Belchite se hubieran producido a la vez ha¬brían logrado detener la caída del frente Norte.

Teruel y la marcha hacia el Mediterráneo (de fin de 1937 a junio de 1938)
Después de tomar Asturias Franco había pensado iniciar una maniobra sobre Madrid desde Guadalaja¬ra, pero el ejército popular, para evitar el ataque a Madrid, decidió llevar a cabo una ofensiva de diver¬sión en Teruel. Fue ésta la primera ocasión en que las tropas frentepopulistas tomaron la iniciativa de ma¬nera decidida y lo hicieron al principio con éxito: la bolsa de Teruel se cerró con sólo 300 bajas y por pri¬mera y única vez una capital de provincia fue con¬quistada por el ejército popular.
Inmediatamente Franco se lanzó a una contraofen¬siva de desgaste que transcurrió en unas durísimas condiciones c1imáticas, librando una decisiva batalla en la que su superioridad material en artillería y avia¬ción ya era manifiesta.
Las tropas del general Franco consiguieron recu¬perar Teruel, produciéndose un amplio derrumba¬miento del frente que les permitió llegar hasta el Me¬diterráneo. En menos de dos semanas las tropas franquistas avanzaron 120 km Y llegaron a Vinaroz para proseguir el avance hacia Valencia pero, ante la dura resistencia defensiva, se quedaron atascadas en el Maestrazgo.
En el mar la flota republicana, que hasta el mo¬mento se había mostrado ineficaz por la carencia de oficialidad, consiguió una sonada victoria al hundir el crucero Baleares.

La batalla del Ebro y Cataluña (de julio de 1938 a febrero de 1939)
Estabilizado el frente, de nuevo el ejército popular tomó la iniciativa cruzando el Ebro frente a Gandesa. El general Franco, al advertir que se enfrentaba a lo mejor del ejército popular, en vez de limitarse a dete¬ner al enemigo prefirió una batalla frontal, sangrienta, larga y poco imaginativa, con una gran concentración de fuego artillero como jamás se había utilizado hasta el momento. Tras tres meses y medio de lucha y siete ofensivas sucesivas, el ejército popular hubo de retro¬ceder a sus posiciones de origen.
La batalla del Ebro acabó por decidir la guerra. El general Franco, en su avance, ocupó Cataluña en fe¬brero de 1939 sin encontrar resistencia: según se dijo, Barcelona fue tomada con sólo una baja por parte de los atacantes. Para muchos republicanos la caída de Cataluña significaba el final definitivo de la guerra. El propio presidente de la República, Manuel Azaña, ya exiliado en Francia, presentó su dimisión en ese momento. Algo más de medio millón de personas cruzaron la frontera francesa hacia el exilio. Buena parte de ellas jamás regresaría.

El final de la guerra

Tras la dimisión de Manuel Azaña, la falta de una cabeza visible del régimen era bien significativa del ambiente de derrota existente. También lo era la cre¬ciente impopularidad del gobierno de Juan Negrín y de sus principales colaboradores, los comunistas, por razones que se explicarán más adelante. Los mandos militares coincidían en dar por perdida la guerra: en febrero de 1939 Menorca se rindió sin lucha y Ne¬grín, reunido con ellos en ese mismo mes, descubrió que gran parte de éstos querían entablar negociacio¬nes con el bando franquista. Pero Juan Negrín pensa¬ba que había que ofrecer un aspecto exterior de resis¬tencia para obtener unas mejores condiciones de paz o para enlazar con una eventual guerra mundial; por eso no aceptó negociación alguna que, por otra parte, tampoco hubiera sido aceptada por Franco.
A fines del mes de febrero y comienzos de marzo se precipitó la crisis del Frente Popular con el reco¬nocimiento del general Franco por parte de Francia y Gran Bretaña. En la segunda quincena de marzo el
coronel Casado y el político socialista Julián Besteiro iniciaron las conversaciones para intentar negociar el final de la guerra con Franco. Quería!) que se dieran facilidades para la evacuación y que no hubiera re¬presalias indiscriminadas. Pero el general Franco exi¬gió la rendición sin condiciones y el 1 de abril pudo anunciar la completa victoria de sus tropas.


2. La guerra como acontecimiento internacional

En sus orígenes la guerra civil española había sido puramente un conflicto interno, pero poco a poco Es¬paña se convirtió en el «centro de las pasiones y decepciones del mundo». En ella, en efecto, se en¬frentaban con las armas en la mano el fascismo, la de¬mocracia y el comunismo, tras otros combates ante¬riores en toda Europa, aunque sin tanta violencia. Ya en el mes de noviembre de 1936 la guerra española fue un motivo de inestabilidad internacional porque alineó a los diversos países aliados de un bando u otro. El gobierno de la República tuvo el apoyo de Francia, la Rusia soviética y las Brigadas Internacionales; estas últimas, organizadas directamente por Rusia -aunque no todos sus componentes eran comunistas sino de muy diversas procedencias- estaban unidas por un marcado sentimiento antifascista. El bando ca¬pitaneado por el general Franco contó con apoyos más decididos: la Italia de Benito Mussolini y la Alemania de Adolf Hitler; los países católicos tendieron a apo¬yar a Franco como consecuencia de la persecución re¬ligiosa en la zona del Frente Popular.
Sin duda la ayuda extranjera a cada uno de los dos bandos fue muy importante y aun decisiva para el de¬sarrollo de la guerra, porque ambos carecieron de re¬cursos iniciales para lograr la victoria. En Londres se creó un Comité de no intervención que, en teoría, propició la marginación de los países europeos del conflicto, pero sus recomendaciones sólo fueron se¬guidas por Gran Bretaña. En los Estados Unidos el presidente Roosevelt mantuvo la neutralidad a través del «embargo moral» y luego efectivo del material de guerra. Sin embargo la compañía TEXACO pro¬porcionó al general Franco las tres cuartas partes de su petróleo. En el resto del continente americano, México apoyó con entusiasmo al Frente Popular; en cambio, otros gobiernos sudamericanos apoyaron a Franco, aunque no fuera más que diplomáticamente.

Apoyos al Frente Popular
Los mayores inconvenientes de la ayuda recibida por los republicanos eran su dependencia del gobier¬no existente en Francia (si éste era más izquierdista colaboraba más con la República) y, sobre todo, la exigencia del pago de la ayuda de manera inmediata y poco generosa. La ayuda francesa a los frentepopulis¬tas españoles fue muy intermitente y, en consecuen¬cia, el gobierno republicano debió recurrir a otras fuentes de aprovisionamiento, fundamentalmente ma¬terial de guerra soviético. Los rusos enviaron mate¬rial, pero apenas hombres, y exigieron una contrapar¬tida económica inmediata. La URSS, en efecto, no se conformó con una promesa de pago, tal como hicie¬ron Alemania e Italia. El gobierno de Francisco Largo Caballero, en cambio, hubo de autorizar el traslado a Rusia de una parte del oro depositado en el Banco de España y las compras de material se hicieron contra ese depósito. Sin duda Rusia cobró su colaboración a unos precios cercanos a los reales.

Apoyos a las tropas franquistas
Por el contrario, la ayuda recibida por el general Franco fue pagada mucho más tarde. Para los fran¬quistas la ayuda más importante fue la de la Italia fas¬cista, que envió material y unos 73.000 hombres que formaban unidades militares voluntarias. El carác¬ter de la ayuda alemana fue distinto y su montante global supuso entre la mitad y las tres cuartas partes de la cifra italiana. En cambio, restringió de forma voluntaria la aportación humana: la Legión Cóndor constó de un centenar de aviones y unos 5.000 hom¬bres que se relevaban periódicamente. También lle¬garon instructores para adiestrar a las tropas fran¬quistas. Como contrapartida, y a diferencia de los italianos, a los que interesó sobre todo el aspecto po¬lítico de su colaboración con Franco, los alemanes crearon compañías industriales cuya misión funda¬mental fue entrar en el capital de sociedades mineras españolas. Además, el general Franco también contó con la ayuda de voluntarios portugueses e irlandeses y de unos 70.000 combatientes marroquíes, muy te¬midos por el adversario.
Difícilmente se exagerará la importancia de la ayuda exterior para cada uno de los beligerantes. En ocasiones esta ayuda constituye la mejor explicación de determinados acontecimientos de la guerra como, por ejemplo, el paso del Estrecho o la batalla del Ebro. En cuanto a su volumen, es posible que fuera muy semejante en cada bando: el número de aviones recibidos fue casi el mismo, y el valor del oro entre¬gado a Rusia viene a coincidir con el monto de la ayuda italoalemana. Pero, sin duda, aquellos momen¬tos en que las ayudas exteriores fueron decisivas, be¬neficiaron ante todo a los sublevados. De cualquier modo, es innegable la mayor decisión de las poten¬cias fascistas, que no sólo no tuvieron inconveniente en apoyar una sublevación que al principio parecía fallida, sino que además emplearon tropas regulares propias para apoyarla y no escatimaron los envíos de material. Todo ello contribuye a decantar el balance final a favor del general Franco.

1. La formación de dos ejércitos

Sin duda, una de las mayores tragedias del Frente Popular fue la de que, cuando pudo contar verdadera¬mente con un ejército -aunque siempre inferior al ad¬versario en calidad-, ya era demasiado tarde para ob¬tener la victoria. Los primeros esfuerzos por militarizar a las masas populares se habían producido cuando el general Franco comenzó su ataque a Ma¬drid. Entonces habían llegado al gobierno republica¬no las quejas de sus mandos militares en el sentido de que las milicias sólo servían para labores de reta¬guardia, e incluso eran un elemento perturbador, es¬pecialmente los anarquistas, ya que los comunistas -el famoso 5º Regimiento- demostraban una eficien¬cia bastante superior. Aunque el número de milicia¬nos fue elevado, por el entusiasmo político, su efica¬cia militar era escasa.
A partir de 1936 se fue creando el llamado ejérci¬to popular, que era el fruto de la conversión de las antiguas milicias en unidades regulares. La organiza¬ción militar adoptada fue la de la «brigada mixta», «pequeña gran unidad», caracterizada por ser una especie de ejército en miniatura y por tanto más avanzada desde el punto de vista táctico que la vieja división en regimientos y batallones.
Pero esta militarización de las unidades republica¬nas no se produjo a la vez en todo el territorio contro¬lado por el Frente Popular: Cataluña organizó un ejército por su cuenta, la «columna de hierro» anar¬quista de Teruel se negó a aceptar la militarización y en el Norte no llegó a producirse de manera completa ni en los momentos más difíciles. Aun mostrándose fuerte en la defensiva, el nuevo ejército fracasó siem¬pre que se trató de llevar a cabo una maniobra de cierta envergadura. Otro grave inconveniente que pa¬deció fue la falta de mandos, en especial de mandos intermedios.
En el bando franquista la constitución de un ejér¬cito encontró muchas menos dificultades porque los generales ejercían el supremo mando político. La mi¬litarización de las milicias fue posterior a la de los frentepopulistas, quizá porque su necesidad era me¬nos acuciante y siempre se dispuso de una masa de maniobra profesional. Fue muy alto el número de vo¬luntarios cuya procedencia política era básicamente falangista o carlista. Respecto de los mandos, se crea¬ron los «alféreces» y «sargentos provisionales» -en número de unos 23.000 y 20.000, respectivamente-, que, adiestrados por instructores alemanes, encuadra¬ron a sus órdenes las nuevas unidades. Como en el ejército popular, también en el del general Franco hu¬bo unidades de élite que eran las empleadas en las ofensivas y demostraron una amplia capacidad de maniobra. Otro rasgo que lo diferenció de aquél fue su capacidad de concentración de los mejores recur¬sos para la ofensiva en un punto determinado.

2. La doble represión

En los dos bandos hubo un fenómeno semejante: la voluntad de exterminar al adversario produjo un si¬multáneo terror, característico de todas las guerras civiles. Aun antes que la transformación social, la primera consecuencia de la revolución en el bando del Frente Popular fue el «terror rojo», simultáneo a un «terror blanco» que se desencadenó en el otro bando con objetivos semejantes.
Respecto a los destinatarios de la represión, en el bando sublevado se exterminó a políticos adversa¬rios, masones, profesores de universidad y maestros tildados de izquierdismo, y a una docena de genera¬les que se habían negado a secundar el alzamiento. En la zona del Frente Popular fueron asesinados frai¬les, curas, patronos, militares sospechosos de fascis¬mo y políticos de significación derechista. Lo que no resulta de momento apreciable es el número de repre¬saliados en cada bando, pero es probable que las ci¬fras resulten bastante semejantes, sobre todo teniendo en cuenta las ejecuciones llevadas a cabo por el gene¬ral Franco al final de la guerra civil.
Puede decirse que la represión se produjo sobre todo en los primeros momentos del estallido del con¬flicto y que inicialmente tuvo un carácter espontáneo. La dureza de la represión fue mayor en aquellas zonas donde el temor al adversario también lo era. El poeta Federico García Lorca fue asesinado en la Gra¬nada de comienzos de la guerra civil, prácticamente rodeada, y en el Madrid de izquierdas aterrorizado por la proximidad del enemigo tuvo lugar el asesina¬to de un buen número de oficiales en las cercanías de Paracuellos en las mismas semanas.
Una de las consecuencias de la represión fue la adopción por la Iglesia católica de una postura neta¬mente favorable a los sublevados. En la zona contro¬lada por el Frente Popular desapareció el culto católi¬co y los incendios de templos llegaron a convertirse en actos rutinarios. El número de miembros del clero asesinados se acercó a las 7.000 personas. Todo esto resultó muy grave para el Frente Popular, por cuanto la inmensa mayoría de la España católica se alineó contra él y concibió la guerra civil como una auténti¬ca cruzada, aunque el Vaticano nunca se refirió a ella con esta denominación. Además, la imagen de la Re¬pública en el exterior se vio afectada muy negativa¬mente. La jerarquía eclesiástica no dudó en sus prefe¬rencias, y aun antes de que los dirigentes de la sublevación identificaran su causa con la del catolicismo, ella misma lo hizo. La Carta Colectiva de agosto de 1937, firmada por la mayoría de los obis¬pos, no trataba de justificar ante los españoles la vi¬sión de la guerra civil como una cruzada, pues ello ya era comúnmente aceptado por los católicos naciona¬les, sino ante los extranjeros. En este texto se intenta¬ba probar que la Iglesia había sido la «víctima princi¬pal» de la República.
En general, por tanto, el catolicismo apoyó clara¬mente al general Franco, a pesar de que en la propia España existía una división entre los mismos católi¬cos, al haber optado los nacionalistas vascos y parte de los catalanes, que eran católicos, por la causa re¬publicana. Pero factores de índole política explican también el resultado final de la guerra civil.

¬3. La evolución política del Frente Popular
Los temas que motivaron las divergencias entre los miembros del Frente Popular fueron precisamente los relativos a la revolución y a la constitución del ejército. Las posturas extremas fueron las representa¬das por el Partido Comunista y los anarquistas. En lí¬neas generales, los partidos burgueses se inclinaban más por la actitud comunista, mientras que los socia¬listas, demasiado divididos, en realidad no elabora¬ron un programa propio y tendieron a enzarzarse en disputas internas.

Comunistas y anarquistas
Los comunistas defendieron una postura diame¬tralmente opuesta a la que habían mantenido durante la Segunda República: si antes había sido maximalis¬ta, revolucionaria y casi insurreccionalista, ahora pa¬recían no apreciar siquiera las oportunidades revolu¬cionarias que se daban objetivamente en España en esos momentos. A lo sumo defendían la necesidad del control obrero y de una serie de reformas que hu¬bieran podido ser llevadas a cabo en una república democrática. En cambio, su insistencia en los proble¬mas militares era abrumadora: todo debía ser sacrifi¬cado en aras de la victoria en la guerra. De esta for¬ma, el Partido Comunista logró, por una parte, la adhesión de pequeños propietarios temerosos de la revolución y, por otra, la de militares que estaban in¬dignados con la ineficacia de las milicias populares.
En cambio, los anarquistas pensaban que la suble¬vación había creado las condiciones objetivas para el estallido de la revolución. Guerra y revolución tenían que ser dos procesos paralelos: no se podía ganar la guerra sin hacer la revolución. Y así se dio la parado¬ja de que los anarquistas, esencialmente enemigos del Estado y defensores a ultranza de la revolución, se vieron obligados a participar en el ejercicio del po¬der, primero en Cataluña y luego en toda España. En la polémica se impusieron poco a poco los comunis¬tas, aunque su triunfo no fue inmediato ni tampoco completo, ni siquiera al final.
En septiembre de 1936, cuando la situación mili¬tar era muy difícil, el presidente de la República, Ma¬nuel Azaña, nombró jefe de gobierno al socialista Francisco Largo Caballero, que fue recibido con «tolerancia y comprensión» por los anarquistas. Tan sólo dos meses después estaban representados en el gabinete. Sin embargo, la política seguida por Largo Caballero fue bastante menos revolucionaria de lo que se esperaba. De hecho se negó a la unificación del PSOE con el partido comunista, impulsó la mili¬tarización y siguió una línea independiente. Lo que dificultó su gestión de manera especial fueron los continuos roces de los anarquistas con todos los de¬más grupos políticos, que propiciaban, aunque en di¬verso grado, la unificación de esfuerzos en pro del triunfo militar. En mayo de 1937 se produjo un con¬flicto en Barcelona entre la Generalitat y los anar¬quistas, que degeneró en una lucha confusa que arro¬jó un saldo de 400 a 500 muertos. Estos sucesos de mayo provocaron la caída de Largo Caballero, al concitarse contra él los comunistas -que exigían un ritmo más vivo en la unificación política y militar del Frente Popular y criticaban la falta de conocimientos militares del viejo dirigente de UGT - y también al¬gunos socialistas de derechas e incluso de los grupos republicanos, coincidentes con ellos.

. El gobierno de Negrín y el apoyo comunista
El sucesor de Largo Caballero fue el catedrático de Medicina Juan Negrín, socialista del grupo de Indalecio Prieto. Dada su procedencia política, todo el mundo preveía que iba a operarse un giro hacia la de¬recha, el orden, la autoridad y la centralización, y los anarquistas lo calificaron de «contrarrevolucionario». Los mismos «trece puntos» en los que condensó su programa ante la guerra tuvieron un tono moderado.
El gobierno de Negrín llevó a cabo una buena par¬te de las tareas previstas e insistió de manera priorita¬ria en el esfuerzo militar, pero acabaron apareciendo los defectos de Negrín como gobernante. Bohemio y desordenado en el trabajo, cayó en el mismo persona¬lismo de su predecesor. Su actuación estaba cada vez más aislada del propio Manuel Azaña y de sus minis¬tros.
Otra acusación muy frecuente contra él fue la de que estaba dominado por los comunistas. En reali¬dad, Negrín tenía una política personal y utilizaba pa¬ra ella a los comunistas, pero a fuerza de descansar sobre ellos les permitió alcanzar mayor influencia que nunca. En los últimos meses de la guerra el go¬bierno de Juan Negrín fue considerado -por el tam¬bién socialista Luis Araquistain- como el «más inep¬to, más despótico y más cínico que hubiera tenido España». Juicios como éste, sin ser ciertos, testimo¬nian hasta qué punto se mantuvo la desunión en el bando republicano. Sin embargo hay que recordar que al final de la guerra los comunistas controlaban la mayor parte de las jefaturas de los ejércitos de tie¬rra, mar y aire, así como las direcciones generales de Seguridad y Carabineros. Pero si los comunistas ha¬bían alcanzado una influencia tan grande, aunque nunca decisiva, fue también en parte porque los de¬más no estuvieron a la altura de las circunstancias creadas por la guerra ni supieron darse cuenta de sus exigencias.

4. La unidad de los sublevados en torno a Franco
Como en el bando republicano, también en el franquista existieron corrientes opuestas, pero en él se consiguió la unidad efectivamente y, además, sin apenas derramamiento de sangre. En el bando fran¬quista el sentimiento católico y antirrevolucionario constituyó el factor decisivo de aglutinamiento de los distintos partidos y opiniones, mientras que el ejérci¬to desempeñó un indudable papel hegemónico tam¬bién en el terreno político. Estos factores hicieron po¬sible que los sublevados lograran la unidad sin excesivos inconvenientes.
La sublevación se justificó como un acto preventi¬vo frente a una revolución que se consideraba inmi¬nente, aunque la realidad fue precisamente la contra¬ria: la sublevación militar provocó la revolución social en el bando republicano. En cambio, el pro¬nunciamiento militar no era antirrepublicano: no sólo los generales Cabanellas o Queipo de Llano, sino también Franco, se manifestaron republicanos en sus primeras proclamas.

El acceso de Franco a la jefatura única
Desde el primer momento, en el bando sublevado la unidad fue sentida como necesaria aunque al prin¬cipio no fuera fácil. Una jefatura única indisputada hubiera podido ser la del general Sanjurjo, pero éste murió en accidente de aviación en Portugal el mismo 18 de julio. A finales de este mes se estableció una junta militar presidida por el general Cabanellas que pronto se reveló insuficiente como órgano políti¬co e incluso militar. Generales monárquicos (Kinde¬lán y Orgaz) y africanistas (Yagüe y Millán Astray), insistieron en la necesidad de lograr una mayor uni¬dad a través de una jefatura única, que debería ser la del general Franco. Finalmente, se proclamó a Fran¬co «jefe del gobierno del Estado», fórmula imprecisa que éste transformó en una verdadera Jefatura del Estado para sorpresa de alguno de sus compañeros de generalato, reduciendo el papel de la junta pree¬xistente al carácter de Junta Técnica del Estado. Además, la guerra civil le convertiría en «caudillo», es decir, líder indisputado.

La unificación de la derecha
Sin embargo, subsistían problemas de carácter po¬lítico. La situación era propicia a los partidos de ex¬trema derecha: monárquicos alfonsinos, carlistas y falangistas. En la primavera de 1937 hubo en este bando, como en el adversario, graves disidencias in¬ternas que concluyeron en el mes de abril de dicho año con el decreto de Unificación en un partido único de aquellos dos más importantes en la España sublevada: carlistas y falangistas. Sin duda, este pro¬ceso era predecible desde bastante antes. Los falangistas, que tenían una fuerza muy reducida en el año 1936, vieron aumentar sus efectivos en forma de una verdadera avalancha de adhesiones, pero sus dirigen¬tes eran de escasa talla, ya que su fundador, José An¬tonio Primo de Rivera, había sido ejecutado en la cár¬cel de Alicante y su partido estaba formado por jóvenes estudiantes sin experiencia profesional. Por otro lado, los carlistas, ya con anterioridad, habían tenido que renunciar a disponer de una academia mi¬litar propia, que fue prohibida por el general Franco. Ambos grupos estaban divididos, mientras que aque¬llos otros que habían sido más importantes durante la etapa republicana -la CEDA, por ejemplo- práctica¬mente habían desaparecido.
Junto al general Franco la figura más destacada del régimen en su primera etapa fue su cuñado Ra¬món Serrano Súñer, procedente de la derecha de la CEDA. Sus propósitos, descritos por él mismo, fue¬ron construir un Estado a base del «calor popular, so¬cial y revolucionario» de Falange y las doctrinas «al¬go más inactuales» del carlismo. Este carácter sincrético de todas las derechas sería muy caracterís¬tico del régimen de Franco.
Aparte de propiciar una posición reaccionaria en materias educativas y religiosas, el régimen distó mu¬cho de configurarse de una manera clara en esta pri¬mera etapa de su existencia. El único texto constitu¬cional aprobado fue un Fuero del Trabajo que no pasaba de ser una declaración de principios de carác¬ter social. Cuando, a comienzos del año 1938, se pro¬dujo la formación de un gobierno, su composición heterogénea demostró la pluralidad de componentes que existían en el bando sublevado.

S. Balance de una derrota y de una victoria

Como dice el historiador británico Raymond Carr, la guerra civil española fue «una guerra de pobres», en la que ninguno de los dos bandos podía emprender dos acciones ofensivas simultáneas porque carecía de fuerzas suficientes. Esta afirmación vale también en el terreno material. Desde el punto de vista militar, la guerra fue un conflicto de un país retrasado que no hizo prever las novedades técnicas que se utilizarían en la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que los alemanes ensayaron alguna de ellas.
El ejército del Frente Popular desaprovechó las ventajas iniciales -con tan sólo dos escuadrillas hu¬biera evitado el paso de las tropas de Marruecos por el Estrecho de Gibraltar- y, aunque tras largo apren¬dizaje se capacitó para combatir a la defensiva, sus ofensivas tuvieron una escasa eficacia o condujeron a verdaderos desastres, como ocurrió al final de la gue¬rra. El ejército de Franco tuvo una capacidad de ma¬niobra mucho mayor, pero las virtudes de quien lo di¬rigía fueron más la prudencia, la constancia y la capacidad logística, que la audacia o la brillantez de concepción. Por tanto, los aspectos técnico-militares no son los que explican el resultado final de la guerra ni tampoco resulta tan decisiva la ayuda exterior reci¬bida por uno y otro bando.
Sin duda hubo algo mucho más fundamental: aun¬que la guerra contó con un fuerte apoyo popular en ambos bandos, el vencedor supo poner mucho mejor los medios para ganarla que el perdedor. La principal razón de ello estriba, en buena parte, en que, aunque los propósitos de unos y otros eran negativos (antico¬munismo en el bando franquista y antifascismo en el bando republicano), lo eran mucho más los del ven¬cedor, que se sublevó por un reflejo de defensa ante la revolución, mientras que los frentepopulistas se lanzaron a toda suerte de experimentos revoluciona¬rios. En suma, la realidad es que si el Frente Popular fue derrotado, la causa estuvo, en gran medida, en él mismo: como escribió el general Rojo, «fuimos co¬bardes por inacción política antes de la guerra y du¬rante ella». Los perdedores, en efecto, no pusieron los medios para lograr la victoria.
La guerra civil española, como cualquier otra de su clase, mezcló confusamente la barbarie y el heroís¬mo, la intemperancia y la lucidez. Quienes mejor que¬dan parados de ella fueron quienes hicieron todo lo posible por evitar el mayor derramamiento de sangre. De ellos, el que expresó esa voluntad de una forma literariamente más bella fue Manuel Azaña, cuando en un discurso pronunciado en el año 1938 aseguró que los cuerpos de los caídos llevarían un mensaje de «paz, piedad y perdón» a las generaciones posteriores.

6. Los intelectuales y la guerra de España
También en otro aspecto la guerra civil española tuvo un trascendental impacto sobre la vida interna¬cional. El historiador Hugh Thomas ha afirmado que la contienda española fue una especie de Vietnam de los años treinta: era tan fácil el maniqueísmo que to¬da la intelectualidad liberal o izquierdista se sintió obligada a tomar postura frente al conflicto bélico a favor de la República. En consecuencia, la clara mayoría del mundo cultural se pronunció en contra del general Franco: en una encuesta británica, la pro¬porción era de 20 a 1. La guerra se convirtió así en la última «gran causa»: si nunca en este siglo tantos es¬critores de tantos países escribieron desde un punto de vista político sobre un suceso histórico, fue por¬que, en un mundo que parecía retroceder, decadente, ante el fascismo, el caso español les parecía «lo único que puede mantener la esperanza» (Einstein). Por ello no es extraño que lo interpretaran de una manera sim¬ple, ni que en buena medida trasladaran a un conflicto civil concreto sus propias tensiones espirituales.
Independientemente de que sus juicios fueran o no acertados, algunos -no todos- de esos intelectuales de izquierda encontraron en su experiencia española la base de algunas de sus mejores obras. Baste citar L' Espoir del francés André Malraux, F or whom the bell tolls del norteamericano Ernest Hemingway o Homage to Catalonia del británico George Orwell. Cada una de ellas viene a ser como una especie de autobiografía particular ante el conflicto y de las en¬señanzas sacadas durante él.
También hay que hacer mención a los más escasos intelectuales que apoyaron al general Franco: de un lado la intelectualidad prófascista como Charles Maurras, Ezra Pound o Roy Campbell; de otro, una buena parte de los intelectuales católicos (con excep¬ciones significativas, situadas en los antecedentes de la democracia cristiana, como Jacques Maritain y Frans;oise Mauriac). Entre estos últimos recordemos en Gran Bretaña a Hilaire Belloc, sir Arnold Lunn y Evelyn Waugh, y, en Francia, a,Paul Claudel.
En líneas generales, las posturas de unos y otros pecaron de una excesiva simplificación. Sin duda mucho más dura y difícil fue la decisión que hubieron de tomar los intelectuales españoles, que conocían mucho mejor las circunstancias que habían llevado al conflicto bélico. La llamada Generación del 98, libe¬ral pero no demócrata en todos los casos, ni tampoco socialista, se encontró incómoda en los dos bandos. El filósofo José Ortega y Gasset y el doctor Gregorio Marañón combatieron las excesivas simplificaciones de la izquierda acerca de lo que fuera el Frente Popu¬lar. Por su parte, el escritor Miguel de Unamuno, que al principio fue un enfervorizado partidario de la su¬blevación, acabó decepcionándose tras un sonado in¬cidente que tuvo con el general Millán Astray. El es¬critor Pío Baroja huyó de las dos zonas en guerra pero acabó incorporándose a la de Franco.
Sin duda, fueron los intelectuales más jóvenes los que más se comprometieron con uno y otro bando. La vanguardia literaria y artística prestó un buen ser¬vicio de propaganda al Frente Popular: mientras Pa¬blo Picasso pintaba su Guernica para el Pabellón de la República española en la Feria de París (1937), el poeta Miguel Hernández apostrofaba a Benito Mus¬solini, «dictador de cadenas, carcelaria mandíbula de canto», y Rafael Alberti cantaba a las Brigadas Inter¬nacionales que «con las mismas raíces que dan un mismo sueño, sencillamente, anónimos y hablando habéis venido». Hubo, sin embargo, también una por¬ción considerable de la intelectualidad relacionada con la generación de 1927 que se identificó con el bando de Franco, en especial con la Falange juvenil y revolucionaria.

domingo, 3 de abril de 2011

LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE DE 1934

LA REVOLUCION DE ASTURIAS.

El Presidente del Consejo de Ministros tiene el honor de dirigirse a los españoles:
A la hora presente, la rebeldía que ha logrado perturbar el orden público, llega a su apogeo.
Afortunadamente, la ciudadanía española ha sabido sobreponerse a la insensata locura de los mal aconsejados, y el movimiento, que ha tenido graves y dolorosas manifestaciones en pocos lugares del territorio, queda circunscrito, por la actividad y el heroísmo de la fuerza pública, a Asturias y Cataluña.
En Asturias, el Ejército está adueñado de la situación, y en el día de mañana quedará restablecida la normalidad.
En Cataluña, el Presidente de la Generalidad, con olvido de todos los deberes que le impone su cargo, su honor y su responsabilidad, se ha permitido proclamar el Estat Catalá.
Ante esta situación, el Gobierno de la República ha tomado el acuerdo de proclamar el estado de guerra en todo el país.
Al hacerlo público, el Gobierno declara que ha esperado hasta agotar todos los medios que la ley pone en sus manos, sin humillación ni quebranto de su autoridad.
En las horas de la paz no escatimó transigencia.
Declarado el estado de guerra, aplicará sin debilidad ni crueldad, pero enérgicamente, la ley marcial.
Está seguro de que ante la rebeldía social de Asturias y ante la posición antipatriótica de un Gobierno de Cataluña, que se ha declarado faccioso, el alma entera del país entero se levantará, en un arranque de solidaridad nacional, en Cataluña como en Castilla, como en Aragón como en Valencia, en Galicia como en Extremadura, y en las Vascongadas, y en Navarra, y en Andalucía, a ponerse al lado del Gobierno para restablecer, con el imperio de la Constitución, del Estatuto y de todas las leyes de la República, la unidad moral y política, que hace de todos los españoles un pueblo libre, de gloriosas tradiciones y glorioso porvenir.
Todos los españoles sentirán en el rostro el sonrojo de la locura que han cometido unos cuantos. El Gobierno les pide que no den asilo en su corazón a ningún sentimiento de odio contra pueblo alguno de nuestra Patria. El patriotismo de Cataluña sabrá imponerse allí mismo en la locura separatista y sabrá conservar las libertades que le ha reconocido la República bajo un Gobierno que sea leal a la Constitución.
En Madrid, como en todas partes, una exaltación de la ciudadanía nos acompaña.
Con ella y bajo el imperio de la ley vamos a seguir la gloriosa historia de España.”

Gaceta de Madrid, 7 de octubre de 1934

1. Realizar el comentario de texto atendiendo a las siguientes cuestiones:
a. Tipo de texto, circunstancias concretas en que fue escrito, destino y propósito de quién lo escribió.
2. Indicar y explicar las ideas aparecidas en el texto resumiendo el contenido.
3. Responder a las siguientes cuestiones:
a. Explicar los rasgos definitorios de la situación política que conducen a los motivos y estado de opinión a la que obedece el texto.
b. Exponer el desarrollo de la crisis final del Bienio Conservador y el desarrollo de la etapa del Frente Popular.